Etnocidio y extirpación de idolatrías
¿Genocidio es lo mismo que etnocidio?
la palabra etnocidio no existía hace unos años porque siempre se usaba el término genocidio para definir el asesinato
en masa de un pueblo o nación. Genocidio fue creado en el año 1946 cuando se desarrollaron los
juicios de Núremberg que sentenciaron a los oficiales nazis que perpetraron el asesinato
en masa del pueblo judío. El concepto jurídico de genocidio es la toma de
conciencia en el plano legal de un tipo de criminalidad desconocida que tienen
sus raíces en el racismo. Las guerras coloniales que se sucedieron en el tercer mundo a partir de 1945 dieron lugar a
acusaciones de genocidio, pero en este caso no hubo juicio como en Núremberg
porque no hubo persecuciones.
El genocidio de los indígenas
americanos es el más ha llamado la atención. A partir de 1442 se puso en marcha
una máquina de destrucción de los indios que se denunciaron en países como
Brasil, Colombia y Paraguay, pero que fue en vano. El investigador Robert
Jaulin formula el concepto de etnocidio y nos llevó e diferenciar con el de
genocidio. Este último se refiere a la
idea de raza y voluntad de exterminio de manera física as una minoría, en
cambio etnocidio se refiere a la destrucción cultural.
Para algunos autores el etnocidio se
definiría como “El proceso continuado de
agresión a una comunidad india y para Jaulin es “El acto de destrucción de una civilización.
Esteva Fabregat lo considera como “el exterminio físico y cultural de un grupo
étnico”. Esta autora emplea la palabra desertización que quiere decir el lento proceso de reducción
y desgaste demográfico de la etnia, acompañado de aculturación y de culturación,
esto es de adquisición de otras formas y técnicas de vida, con su
correspondiente cambio de realidad social y de pérdida cualitativa y cuantitativamente
de formas de culturas propias. Esta autora dice que la desertización sustituye
al etnocidio, es decir sería resultado de este o una consecuencia directa de él.
El etnocidio es uno y este no puede
manifestarse con diferentes caras ya sea en un espacio temporal inminente, como
sería el caso de fumigar con tóxicos supuestas plantaciones de coca en territorios
comunales indígenas, que ocasionaría un destare ecológico y humano o una
espacio temporal prolongado como es el caso de las ayudas externas e
injerencias por parte de la iglesia y la evangelización lo que ocasionó la
perdida de cohesión grupal y organizativa. Jaulin refiere que la política
etnocida es un proceso y que la integración de las sociedades nacionales aspira
a la disolución de las civilizaciones dentro de la civilización occidental. Es
la pretensión de hacer de la humanidad
una singularidad es decir que prosigue el camino de la instauración ideológica
de una civilización única.
Es la destrucción sistemática de los
modos de vida y de pensamiento de gentes diferentes y esto conlleva a la muerte
el espíritu. Se intenta decir que los
otros, así se refiere a aquellos que son diferentes, son malos pero se pueden manejar
obligándolos a transformarse hasta que sean modelos del que se proponen.
El etnocidio en América del sur la practicaban los misioneros y los propagadores militantes
de la fe cristiana. Se trataba de sustituir las creencias bárbaras por la religión
de occidente y que el desarrollo evangelizador supone dos certezas. Primero la
diferencia, que el paganismo es incompatible y debe ser combatido; segundo que
el mal de esta diferencia debe ser abolida.
Se dice que el etnocidio se ejerce
por el bien del Salvaje. Pero el discurso laico, por otra parte, dice lo mismo
cuando enuncia por ejemplo la doctrina oficial del gobierno brasileño en lo que
se refiere a la política indigenista “Nuestros indios son seres humanos como
los otros. Pero la vida salvaje que llevan en la selva los condena a la miseria
y la desgracia. Es nuestro deber ayudarlos a liberarse de la servidumbre.
Tienen el derecho de elevarse a la dignidad de ciudadanos brasileños para poder
participar plenamente en el desarrollo de la sociedad y gozar de sus
beneficios. La ética del humanismo en la espiritualidad del etnocidio”. Medir
las diferencias con la vara de su propia cultura se denomina etnocentrismo.
Occidente sería etnocida porque es etnocéntrico, porque se considera a sí mismo
y quiere ser la civilización. En conclusión este es la culpable de que exista
el etnocidio porque si definimos una cultura superior y otra inferior lo que
ocasiona es que esa inferior este obligada a transformarse en la cultura
superior y con ello muchas costumbres o tradiciones de un pueblo queden
olvidados.
La extirpación de idolatrías
El otro caso de etnocidio se dio con
el llamado extirpación de idolatrías.
La conquista española de los Andes
que comenzó en 1532 dio inicio al doble proyecto de evangelización e
hispanización de la población indígena. Es decir que la cristianización de los
indígenas desde el comienzo estaba vinculada a la colonización de los pueblos
americanos. Además algunas autoridades coloniales, en especial el virrey
Francisco de Toledo, pensaban que sería necesario hispanizar a los indígenas
antes de poder realizar la tarea evangelizadora. La importancia que se otorgó a
la evangelización de la población indígena en el plan colonial se plasmó en los
esfuerzos de un número considerable de misioneros y doctrineros. Sin embargo,
parece que la labor de los misioneros y eclesiásticos, no dio enseguida los
resultados esperados, ya que reiteradamente se encuentran quejas en la
correspondencia de la época sobre el poco fruto que hasta finales del siglo XVI
había dado la evangelización de los pueblos andinos.
El visitador Cristóbal de Albornoz
inicio la llamada extirpación de idolatría al enfrentar al movimiento Taki
Onqoy. Este movimiento fue promovido por Juan Chocne, quien desató la primera
guerra ideológica en el país. El defendía el culto y adoración de las huacas.
En 1608, el cura doctrinero de
Huarochirí, Francisco de Avila puso las autoridades coloniales en alerta al
denunciar que sus feligreses andinos de proseguían clandestinamente con los cultos precolombinos.
Ávila afirmó que los indígenas de su parroquia, pese a ser bautizados desde
hace mucho tiempo, eran idólatras y rendían culto a las deidades andinas como
antes de la conquista. El así llamado "descubrimiento de la
idolatría" por Francisco de Ávila desencadenó en el arzobispado de Lima la
primera campaña para extirpar la idolatría. Poco después de dar la alarma, en
1610, Ávila fue nombrado el primer juez extirpador de idolatrías por el
arzobispo de Lima. En compañía a Ávila,
otros extirpadores fueron nombrados en los años siguientes y la extirpación de
idolatrías pronto quedó institucionalizada en el arzobispado de Lima. Varias
campañas de extirpación siguieron en el transcurso del siglo XVII. Durante las
mismas fueron condenadas miles de personas, destruida gran cantidad de
representaciones de deidades andinas, llamados "ídolos" por los
extirpadores.
Pablo José de Arriaga escribe sobre este descubrimiento de Ávila
Se entendían que algunas provincias y pueblos del
Perú que a pesar de haber adoptado el cristianismo aun habían quedado rastros de
idolatría. Quien comenzó a descubrir
esto fue el doctor Francisco de Ávila siendo cura de la provincia de Huarochirí
y de inmediato comenzó la caza y el castigo de la idolatría que cometían los
indios al adorara sus huacas e ídolos. Francisco de Ávila al ver la mentira trajo a
Lima unos 600 ídolos con sus vestiduras y ornamentaciones, estas cosas tenían figuras
de cerros, montes arroyos o de sus antepasados que adoraban.
El virrey marqués de Montesclaros que
pensó que estaba arraigada la idolatría fue persuadido por Ávila e hizo un auto
público en lima convocando a todos los indios.
Posteriormente estos ídolos fueron
quemados en la hoguera, pero también estaba amarrado el indio llamado Hernando de
Paucar quien se dice que era un gran maestro de la idolatría.
Dos casos ejemplares
A) La extirpación de idolatrías en la provincia de Huarochirí
En primer lugar nos ocuparemos de la
provincia de Huarochirí en Lima, donde como acabamos de señalar se había
originado la extirpación de idolatrías institucionalizada, luego del
descubrimiento que hizo en 1608 el doctor Francisco de Ávila de la
supervivencia de cultos precolombinos.
Por el relato de Ávila parecería que
la conversión de sus feligreses hubiese sido perfecta y que ya no quedaba
ningún rastro de la "idolatría" antigua. Sin embargo, documentos de
una visita de idolatrías posterior a la de Ávila, sugieren otra interpretación.
Después de la actuación de este cura por
muchos años no hay noticias de campañas de extirpación en la provincia de Huarochirí.
Recién en 1660 el visitador de idolatrías Juan Sarmiento de Vivero inició una
nueva serie de procesos contra "idólatras". Como en otras ocasiones,
Sarmiento de Vivero se destacó también aquí como un juez de idolatrías muy experimentadas
y extremadamente tenaces y astutas. Comenzó la visita de Huarochirí en enero de
1660 con la lectura del edicto general en la iglesia del pueblo. El edicto
amonestó a los lugareños a descubrir sus "idolatrías" y delatar a los
"idólatras". Pronto le llegaron las primeras denuncias y Sarmiento
inmediatamente llevó presos a los delatados. Aplicando refinadas técnicas de
interrogación, logró arrancar a los presos confesiones y más delaciones. De
manera que cuando terminó su visita cinco meses después, a fines de mayo 1660,
pudo condenar a 32 personas.16 Además fueron incinerados, 17 "camisetas de
cumbi pintadas", 32 tamborillos, 30 queros de palo, es decir vasos de
madera, ídolos que se quebraron y momias o huesos de antepasados, reverenciados
por los indígenas porque se les consideraba responsables del bienestar del
grupo social. Las cenizas fueron recogidas y echadas al río para evitar que se prosiguiera
su adoración.
B) Las campañas de extirpación en la provincia colonial de Cajatambo
Como para Huarochirí, también para
la provincia de Cajatambo contamos con documentos de diferentes campañas de
extirpación de idolatrías. Estas se realizaron a principios del siglo XVII,
entre 1617 y 1622 por Fernando de Avendaño
y posteriormente, entre 1656 y
1663 por Bernardo de Noboa. Esta última
visita de idolatrías proporciona varios datos interesantes respecto a la visita
anterior de Avendaño. Además de estos textos, contamos también con la
documentación procedente de la visita de Juan Sarmiento de Vivero, visitador
general de la idolatría en el arzobispado de Lima que luego de haberse dedicado a la extirpación de
los cultos autóctonos en Huarochirí en 1662 llevó a cabo la visita del pueblo
de Ambar en el corregimiento de Cajatambo.
Como había sido el caso en la
provincia de Huarochirí, tampoco en Cajatambo la destrucción de
representaciones de deidades hecha por el visitador Avendaño a principios del
siglo XVII dio fin a la veneración de las huacas. En algunos pueblos se
prosiguió con los cultos a las huacas quemadas, adorando las cenizas y a veces
se restituyeron las representaciones de las huacas quemadas por otras piedras. Además
de lo acontecido en Huarochirí, en Cajatambo se dio otro proceso sugestivo como
consecuencia de la destrucción de huaca. En el lugar donde Fernando de
Avendaño, en su visita de principios del siglo, había destruido las
representaciones de cinco conopa, que eran dioses, tres decenios después el
visitador Bernardo de Noboa encontró diez "ídolos". Este proceso de
proliferación de huaca originado por la destrucción de la representación de una
deidad se produjo en varias ocasiones en las provincias de Cajatambo y de Huamachuco
en la sierra norte del Perú. Para la región de Huamachuco, La Libertad, al norte de Cajatambo, este proceso de
proliferación de representaciones de dioses luego de la destrucción de la estatua
de una deidad importante ya está
documentado para el siglo XVI. Alrededor de 1560, los primeros misioneros
agustinos reportaron un proceso parecido luego de haber incinerado los restos
de la estatua de la deidad Catequil cuya representación había sido quebrada y
el santuario devastado por primera vez en la época precolombina por un soberano
inca. Cuando los misioneros a mitad del siglo XVI terminaron con el
aniquilamiento del santuario y restos de la estatua, aparecieron en los pueblos
de la región "hijos de Catequil". Se trataba de piedras encontradas
por feligreses de Catequil en el campo que luego fueron identificadas como
representaciones de "hijos" de la deidad. De manera que el culto a un
dios importante para toda la región había cedido paso a la veneración de
multitud de deidades adoradas en sus respectivos grupos locales, proceso que en
última instancia llevó a un fraccionamiento del culto suprarregional en cultos
meramente locales.
En ambos casos el aniquilamiento de
representaciones de deidades andinas no tuvo gran éxito, los indígenas
prosiguieron con la veneración de éstos dioses. Esto demuestra que Cristóbal de
Albornoz, un extirpador de idolatrías muy experimentado del siglo XVI, estaba
equivocado al afirmar que era muy importante destruir los "ídolos" en
presencia de los feligreses indígenas porque entonces dejarían de rendirles
culto. Hemos visto, que al contrario del pronóstico de Albornoz, la veneración
de estos dioses no disminuyó y en algunos casos la destrucción incluso aumentó
el número de deidades veneradas, asegurando así la supervivencia del culto.
Albornoz y otros partidarios del aniquilamiento de las representaciones de los
huaca obviamente no sabían que estas piedras, o estatuas labradas no eran otra
cosa que una especie de asiento, al cual bajaban los dioses cuando se les
rendía culto. Eran pues representaciones, las piedras no eran los dioses. En
cuanto a los malqui, la conceptualización era parecida. Aunque en este caso se
trataba de los cuerpos momificados de los ancestros de los lugareños, la
incineración de la momia no significaba el aniquilamiento del alma del muerto.
Como indican las palabras de Hernando Hacas Poma, uno de los sacerdotes mayores
de Cajatambo, reproducidas en el epígrafe, las almas de los huaca y malqui eran
consideradas inmortales y por lo tanto no podían ser aniquiladas por los
visitadores de idolatrías. Los testimonios de los feligreses nativos recogidos
en las visitas de idolatrías, además señalan que los malqui, no eran solamente
cuerpos momificados, sino que en cierto sentido seguían viviendo. Era otra
forma de existencia, por cierto, pero las momias de los antepasados muertos
incluso daban vida a los miembros de su grupo local, porque alentaban con su
fuerza vital la vida de sus descendientes. Los malqui y en muchos casos también
los huaca fueron considerados ancestros de los grupos locales que los
veneraban. Estas deidades, por consiguiente, relacionaban el grupo social con
la tierra y les dieron arraigo. Al ser representados en montes, nevados, peñas,
fuentes y manantiales, los huaca vinculaban sus feligreses con una cierta
región, les daban un lugar en el mundo.