martes, 22 de julio de 2014

Etnocidio y extirpación de idolatrías


Etnocidio y extirpación de idolatrías 

¿Genocidio es lo mismo que etnocidio? la palabra etnocidio no existía hace unos años porque siempre  se usaba el término genocidio para definir el asesinato en masa de un pueblo o nación. Genocidio fue creado  en el año 1946 cuando se desarrollaron los juicios de Núremberg que sentenciaron a los oficiales nazis que perpetraron el asesinato en masa del pueblo judío. El concepto jurídico de genocidio es la toma de conciencia en el plano legal de un tipo de criminalidad desconocida que tienen sus raíces en el racismo. Las guerras coloniales que se sucedieron en el  tercer mundo a partir de 1945 dieron lugar a acusaciones de genocidio, pero en este caso no hubo juicio como en Núremberg porque no hubo persecuciones.
El genocidio de los indígenas americanos es el más ha llamado la atención. A partir de 1442 se puso en marcha una máquina de destrucción de los indios que se denunciaron en países como Brasil, Colombia y Paraguay, pero que fue en vano. El investigador Robert Jaulin formula el concepto de etnocidio y nos llevó e diferenciar con el de genocidio.  Este último se refiere a la idea de raza y voluntad de exterminio de manera física as una minoría, en cambio etnocidio se refiere a la destrucción cultural.
Para algunos autores el etnocidio se definiría como  “El proceso continuado de agresión a una comunidad india y para Jaulin es  “El acto de destrucción de una civilización. Esteva Fabregat lo considera como “el exterminio físico y cultural de un grupo étnico”.  Esta autora emplea la palabra desertización  que quiere decir el lento proceso de reducción y desgaste demográfico de la etnia, acompañado de aculturación y de culturación, esto es de adquisición de otras formas y técnicas de vida, con su correspondiente cambio de realidad social y de pérdida cualitativa y cuantitativamente de formas de culturas propias. Esta autora dice que la desertización sustituye al etnocidio, es decir sería resultado de este o una consecuencia directa de él.
El etnocidio es uno y este no puede manifestarse con diferentes caras ya sea en un espacio temporal inminente, como sería el caso de fumigar con tóxicos supuestas plantaciones de coca en territorios comunales indígenas, que ocasionaría un destare ecológico y humano o una espacio temporal prolongado como es el caso de las ayudas externas e injerencias por parte de la iglesia y la evangelización lo que ocasionó la perdida de cohesión grupal y organizativa. Jaulin refiere que la política etnocida es un proceso y que la integración de las sociedades nacionales aspira a la disolución de las civilizaciones dentro de la civilización occidental. Es la pretensión de  hacer de la humanidad una singularidad es decir que prosigue el camino de la instauración ideológica de una civilización única.
Es la destrucción sistemática de los modos de vida y de pensamiento de gentes diferentes y esto conlleva a la muerte el espíritu.  Se intenta decir que los otros, así se refiere a aquellos que son diferentes, son malos pero se pueden manejar obligándolos a transformarse hasta que sean modelos del que se proponen.
El etnocidio en América del sur  la practicaban  los misioneros y los propagadores militantes de la fe cristiana. Se trataba de sustituir las creencias bárbaras por la religión de occidente y que el desarrollo evangelizador supone dos certezas. Primero la diferencia, que el paganismo es incompatible y debe ser combatido; segundo que el mal de esta diferencia debe ser abolida.
Se dice que el etnocidio se ejerce por el bien del Salvaje. Pero el discurso laico, por otra parte, dice lo mismo cuando enuncia por ejemplo la doctrina oficial del gobierno brasileño en lo que se refiere a la política indigenista “Nuestros indios son seres humanos como los otros. Pero la vida salvaje que llevan en la selva los condena a la miseria y la desgracia. Es nuestro deber ayudarlos a liberarse de la servidumbre. Tienen el derecho de elevarse a la dignidad de ciudadanos brasileños para poder participar plenamente en el desarrollo de la sociedad y gozar de sus beneficios. La ética del humanismo en la espiritualidad del etnocidio”. Medir las diferencias con la vara de su propia cultura se denomina etnocentrismo. Occidente sería etnocida porque es etnocéntrico, porque se considera a sí mismo y quiere ser la civilización. En conclusión este es la culpable de que exista el etnocidio porque si definimos una cultura superior y otra inferior lo que ocasiona es que esa inferior este obligada a transformarse en la cultura superior y con ello muchas costumbres o tradiciones de un pueblo queden olvidados.

La extirpación de idolatrías
El otro caso de etnocidio se dio con el llamado extirpación de idolatrías.
La conquista española de los Andes que comenzó en 1532 dio inicio al doble proyecto de evangelización e hispanización de la población indígena. Es decir que la cristianización de los indígenas desde el comienzo estaba vinculada a la colonización de los pueblos americanos. Además algunas autoridades coloniales, en especial el virrey Francisco de Toledo, pensaban que sería necesario hispanizar a los indígenas antes de poder realizar la tarea evangelizadora. La importancia que se otorgó a la evangelización de la población indígena en el plan colonial se plasmó en los esfuerzos de un número considerable de misioneros y doctrineros. Sin embargo, parece que la labor de los misioneros y eclesiásticos, no dio enseguida los resultados esperados, ya que reiteradamente se encuentran quejas en la correspondencia de la época sobre el poco fruto que hasta finales del siglo XVI había dado la evangelización de los pueblos andinos.
El visitador Cristóbal de Albornoz inicio la llamada extirpación de idolatría al enfrentar al movimiento Taki Onqoy. Este movimiento fue promovido por Juan Chocne, quien desató la primera guerra ideológica en el país. El defendía el culto y adoración de las huacas.
En 1608, el cura doctrinero de Huarochirí, Francisco de Avila puso las autoridades coloniales en alerta al denunciar que sus feligreses andinos de proseguían  clandestinamente con los cultos precolombinos. Ávila afirmó que los indígenas de su parroquia, pese a ser bautizados desde hace mucho tiempo, eran idólatras y rendían culto a las deidades andinas como antes de la conquista. El así llamado "descubrimiento de la idolatría" por Francisco de Ávila desencadenó en el arzobispado de Lima la primera campaña para extirpar la idolatría. Poco después de dar la alarma, en 1610, Ávila fue nombrado el primer juez extirpador de idolatrías por el arzobispo de Lima. En compañía  a Ávila, otros extirpadores fueron nombrados en los años siguientes y la extirpación de idolatrías pronto quedó institucionalizada en el arzobispado de Lima. Varias campañas de extirpación siguieron en el transcurso del siglo XVII. Durante las mismas fueron condenadas miles de personas, destruida gran cantidad de representaciones de deidades andinas, llamados "ídolos" por los extirpadores.

Pablo José de Arriaga escribe sobre este descubrimiento de Ávila  
Se  entendían que algunas provincias y pueblos del Perú que a pesar de haber adoptado el cristianismo aun habían quedado rastros de idolatría.  Quien comenzó a descubrir esto fue el doctor Francisco de Ávila siendo cura de la provincia de Huarochirí y de inmediato comenzó la caza y el castigo de la idolatría que cometían los indios al adorara  sus huacas e ídolos.  Francisco de Ávila al ver la mentira trajo a Lima unos 600 ídolos con sus vestiduras y ornamentaciones, estas cosas tenían figuras de cerros, montes arroyos o de sus antepasados que adoraban.
El virrey marqués de Montesclaros que pensó que estaba arraigada la idolatría fue persuadido por Ávila e hizo un auto público en lima convocando a todos los indios.
Posteriormente estos ídolos fueron quemados en la hoguera, pero también estaba amarrado el indio llamado Hernando de Paucar quien se dice que era un gran maestro de la idolatría.

Dos casos ejemplares
A) La extirpación de idolatrías en la provincia de Huarochirí
En primer lugar nos ocuparemos de la provincia de Huarochirí en Lima, donde como acabamos de señalar se había originado la extirpación de idolatrías institucionalizada, luego del descubrimiento que hizo en 1608 el doctor Francisco de Ávila de la supervivencia de cultos precolombinos.
Por el relato de Ávila parecería que la conversión de sus feligreses hubiese sido perfecta y que ya no quedaba ningún rastro de la "idolatría" antigua. Sin embargo, documentos de una visita de idolatrías posterior a la de Ávila, sugieren otra interpretación. Después de la actuación de este cura  por muchos años no hay noticias de campañas de extirpación en la provincia de Huarochirí. Recién en 1660 el visitador de idolatrías Juan Sarmiento de Vivero inició una nueva serie de procesos contra "idólatras". Como en otras ocasiones, Sarmiento de Vivero se destacó también aquí como un juez de idolatrías muy experimentadas y extremadamente tenaces y astutas. Comenzó la visita de Huarochirí en enero de 1660 con la lectura del edicto general en la iglesia del pueblo. El edicto amonestó a los lugareños a descubrir sus "idolatrías" y delatar a los "idólatras". Pronto le llegaron las primeras denuncias y Sarmiento inmediatamente llevó presos a los delatados. Aplicando refinadas técnicas de interrogación, logró arrancar a los presos confesiones y más delaciones. De manera que cuando terminó su visita cinco meses después, a fines de mayo 1660, pudo condenar a 32 personas.16 Además fueron incinerados, 17 "camisetas de cumbi pintadas", 32 tamborillos, 30 queros de palo, es decir vasos de madera, ídolos que se quebraron y momias o huesos de antepasados, reverenciados por los indígenas porque se les consideraba responsables del bienestar del grupo social. Las cenizas fueron recogidas y echadas al río para evitar que se prosiguiera su adoración.

B) Las campañas de extirpación en la provincia colonial de Cajatambo
Como para Huarochirí, también para la provincia de Cajatambo contamos con documentos de diferentes campañas de extirpación de idolatrías. Estas se realizaron a principios del siglo XVII, entre 1617 y 1622 por Fernando de Avendaño   y posteriormente, entre 1656 y 1663 por Bernardo de Noboa.  Esta última visita de idolatrías proporciona varios datos interesantes respecto a la visita anterior de Avendaño. Además de estos textos, contamos también con la documentación procedente de la visita de Juan Sarmiento de Vivero, visitador general de la idolatría en el arzobispado de Lima que  luego de haberse dedicado a la extirpación de los cultos autóctonos en Huarochirí en 1662 llevó a cabo la visita del pueblo de Ambar en el corregimiento de Cajatambo.
Como había sido el caso en la provincia de Huarochirí, tampoco en Cajatambo la destrucción de representaciones de deidades hecha por el visitador Avendaño a principios del siglo XVII dio fin a la veneración de las huacas. En algunos pueblos se prosiguió con los cultos a las huacas quemadas, adorando las cenizas y a veces se restituyeron las representaciones de las huacas quemadas por otras piedras. Además de lo acontecido en Huarochirí, en Cajatambo se dio otro proceso sugestivo como consecuencia de la destrucción de huaca. En el lugar donde Fernando de Avendaño, en su visita de principios del siglo, había destruido las representaciones de cinco conopa, que eran dioses, tres decenios después el visitador Bernardo de Noboa encontró diez "ídolos". Este proceso de proliferación de huaca originado por la destrucción de la representación de una deidad se produjo en varias ocasiones en las provincias de Cajatambo y de Huamachuco en la sierra norte del Perú. Para la región de Huamachuco, La Libertad,  al norte de Cajatambo, este proceso de proliferación de representaciones de dioses luego de la destrucción de la estatua de una deidad importante  ya está documentado para el siglo XVI. Alrededor de 1560, los primeros misioneros agustinos reportaron un proceso parecido luego de haber incinerado los restos de la estatua de la deidad Catequil cuya representación había sido quebrada y el santuario devastado por primera vez en la época precolombina por un soberano inca. Cuando los misioneros a mitad del siglo XVI terminaron con el aniquilamiento del santuario y restos de la estatua, aparecieron en los pueblos de la región "hijos de Catequil". Se trataba de piedras encontradas por feligreses de Catequil en el campo que luego fueron identificadas como representaciones de "hijos" de la deidad. De manera que el culto a un dios importante para toda la región había cedido paso a la veneración de multitud de deidades adoradas en sus respectivos grupos locales, proceso que en última instancia llevó a un fraccionamiento del culto suprarregional en cultos meramente locales.
En ambos casos el aniquilamiento de representaciones de deidades andinas no tuvo gran éxito, los indígenas prosiguieron con la veneración de éstos dioses. Esto demuestra que Cristóbal de Albornoz, un extirpador de idolatrías muy experimentado del siglo XVI, estaba equivocado al afirmar que era muy importante destruir los "ídolos" en presencia de los feligreses indígenas porque entonces dejarían de rendirles culto. Hemos visto, que al contrario del pronóstico de Albornoz, la veneración de estos dioses no disminuyó y en algunos casos la destrucción incluso aumentó el número de deidades veneradas, asegurando así la supervivencia del culto. Albornoz y otros partidarios del aniquilamiento de las representaciones de los huaca obviamente no sabían que estas piedras, o estatuas labradas no eran otra cosa que una especie de asiento, al cual bajaban los dioses cuando se les rendía culto. Eran pues representaciones, las piedras no eran los dioses. En cuanto a los malqui, la conceptualización era parecida. Aunque en este caso se trataba de los cuerpos momificados de los ancestros de los lugareños, la incineración de la momia no significaba el aniquilamiento del alma del muerto. Como indican las palabras de Hernando Hacas Poma, uno de los sacerdotes mayores de Cajatambo, reproducidas en el epígrafe, las almas de los huaca y malqui eran consideradas inmortales y por lo tanto no podían ser aniquiladas por los visitadores de idolatrías. Los testimonios de los feligreses nativos recogidos en las visitas de idolatrías, además señalan que los malqui, no eran solamente cuerpos momificados, sino que en cierto sentido seguían viviendo. Era otra forma de existencia, por cierto, pero las momias de los antepasados muertos incluso daban vida a los miembros de su grupo local, porque alentaban con su fuerza vital la vida de sus descendientes. Los malqui y en muchos casos también los huaca fueron considerados ancestros de los grupos locales que los veneraban. Estas deidades, por consiguiente, relacionaban el grupo social con la tierra y les dieron arraigo. Al ser representados en montes, nevados, peñas, fuentes y manantiales, los huaca vinculaban sus feligreses con una cierta región, les daban un lugar en el mundo.